La cruz de piedra de la Catedral (leyenda)

Detalle de la cruz de piedra en el pretil de la Catedral Metropolitana de Quito. Imagen: Fernando Sandoval Jr.

En tiempos aquellos que Quito era provincia española, a una cuadra y media de la Catedral había una fonda conocida como «Del Duende Negro», debido a su techo extendido y las dos pequeñas ventanas a los lados de la puerta que, al iluminarse por las noches, daban la impresión de tratarse de un duende con sombrero. En el lugar servían buena comida y vinos de calidad hasta muy tarde, siendo frecuentada por las clases media y alta.

Allí solían reunirse cada noche tres caballeros siempre vestidos de blanco, con amplias capas negras hasta los tobillos y sombreros de ala ancha, como se acostumbraba entre los hombres adinerados de la época. Les gustaba beber anisado y jugar cartas por horas mientras apostaban, hasta que se retiraban a su casa por la madrugada.

Una noche los tres concurrieron como de costumbre a la Fonda del Duende Negro, bebieron de más y apostaban como siempre, hasta que a eso de la media noche uno empezó a acusar a otro de que hacía trampa espiándole las cartas pese a que el acusado aseguraba que no había hecho nada.

La discusión se tornaba cada vez más violenta hasta que el acusador, loco de ira, se levantó de su silla y sacando un puñal de su capa y le asestó un certero golpe al otro. A los pocos segundos el acusador retornó a sus cabales y se dio cuenta de lo que había hecho, tomó el cuerpo ensangrentado de su amigo entre brazos y se lamentó amargamente, pero se fue corriendo del lugar sin dejar rastro.

La dueña de la Fonda del Duende Negro, temerosa de los problemas que podría tener con la policía, le pidió al otro hombre de blanco que se llevara el cadáver y lo dejara cerca de la Plaza Grande para que alguien lo encuentre al día siguiente. Así lo hizo el otro hombre y lo acomodó junto a la puerta de la Catedral, donde había una pila de piedras para alguna construcción.

Se prestaba para continuar su camino a casa cuando oyó una voz que le decía «¡Espera!, hazme descansar un momentito que me muero». Se trataba del amigo que en realidad no había muerto, pero sí estaba gravemente herido, por lo que le dijo que le llevaría a su casa para que le vea un médico. El herido respondió que no podía, que mejor le lleve a una casa de la Loma Grande donde le ayudarían, al preguntarle la razón, el herido le pidió que le quite el sombrero, y al hacerlo se dio cuenta que era un sacerdote, y que por eso deseaba evitar el escándalo.

El amigo se molestó un poco, pero el herido le prometió que si lo ayudaba y se salvaba no volvería a escaparse del convento de Santo Domingo, donde vivía, y hasta mandaría a erigir una cruz de piedra en el lugar donde se hallaban ese momento, para que siempre le recuerde de su pacto. Así el amigo le cargó y lo llevó a la Loma Grande, tratando de que nadie se diera cuenta de quién era el herido, fingiendo que sólo se trataba de un borracho cualquiera que no podía caminar.

Al parecer el cura se salvó y cumplió su promesa, pues como podemos a día de hoy aún se yergue la cruz de piedra en el lugar donde un día hubo un charco de sangre y se hizo una solemne promesa de secreto entre dos amigos.

Comentarios

  1. Felicitaciones y por favor siga con las leyendas que son un tesoro cultural.
    Ssludos

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  2. Me parece, que la cruz se plantó en este sitio, por orden del Concilio de Lima, pues antes estubo alli un adoratorio de los indios... Cordial saludo.

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