Seis actividades imperdibles en Quito (parte I)
Quito es sin duda una ciudad mágica y llena de historia, poblada de hermosas edificaciones y rincones que merecen la pena ser visitados, aunque la mayor parte de extranjeros y locales suelen limitar su tiempo para conocer únicamente unos pocos atractivos que se encuentran dentro del circuito turístico tradicional. Sin embargo, en este artículo hemos decidido recopilar aquellos lugares y actividades que, pese a estar algo olvidados, merecen una visita obligada, miles de fotografías y, por supuesto, una mayor difusión.
No olvides dejar tu comentario al final para saber si haz realizado o visitado alguna, así como si tienes una sugerencia para la siguiente parte de la lista que publicaremos pronto. ¡Empecemos!
1. Subir al Churo de La Alameda
Créditos: Daniel Lahuasi. |
Churo es una palabra kichwa que puede definirse como espiral, justamente la forma que tiene esta estructura enclavada en la esquina noroccidental del parque La Alameda, y que se ha convertido en uno de los principales iconos de la ciudad. Sin embargo, y pese a su importancia en el imaginario quiteño, en realidad muy pocos se han tomado el tiempo de subir su rampa ascendente y encontrarse en la cima con la veleta de un gallo, similar al de la popular leyenda del Gallo de la Catedral.
La vista de 180 grados que se obtiene es simplemente maravillosa, y constituye por sí misma un premio para el que se atreve a llegar hasta el final: el parque y su centenaria laguna por el lado sur, las torres de la Basílica que se divisan al occidente, la belleza neoclásica de la Escuela Espejo y la colonial Capilla del Belén por el norte, y al oriente la imponente colina del Itchimbía coronada por el Palacio de Cristal y su estructura de estilo art-nouveau.
Levantado a inicios del siglo XX con los restos del desbanque de la calle Luis Sodiro, a la belleza del paisaje que rodea el Churo se suman las historias de amor que allí tuvieron lugar, pues durante varias décadas fue un favorito de las parejas quiteñas para declararse sus sentimientos, como hizo en 1932 el mismísimo presidente Galo Plaza Lasso cuando, después de invitarla a un paseo por el parque, le pidió matrimonio a la joven Rosario Pallares en la cima de este emblema capitalino.
2. Navegar en los botes de La Carolina
Créditos: Ecuador te espera. |
Si bien los botes de la laguna de La Alameda son históricamente primeros y popularmente más tradicionales, los de la laguna del parque La Carolina se han convertido en todo un referente para las jóvenes generaciones de quiteños nacidos después de 1980, aunque no todos han disfrutado de esta travesía acuática.
El parque en general fue diseñado a finales de la década de 1970 y fue entregado paulatinamente a lo largo de casi diez años en los que se convirtió en el principal espacio verde de la ciudad. La laguna, con sus dos islas y varios puentes que conectan estas con las orillas, se constituyeron rápidamente como uno de los principales atractivos.
Acercándote al muelle en el que se encuentran anclados, y por un precio módico, puedes embarcarte en botes de pedal que por un periodo de treinta minutos te permite disfrutar el parque de una manera diferente, pasar bajo chorros de agua que refrescan en los días de verano, y admirar las esculturas de quindes, el ave emblemática de la ciudad, que allí fueron colocados hace pocos años. La gran cascada de piedra coronada por un enorme cóndor de metal en la isla central es otro de los atractivos que ofrece este paseo, además de ser un gran ejercicio para quienes tienen el trabajo de pedalear para avanzar.
3. Admirar la calle de las Siete Cruces desde el pie del Panecillo
Créditos: imagen propia. |
Caminar por la calle García Moreno, tradicionalmente conocida como "de las Siete Cruces" debido a la presencia de ese número de estructuras a lo largo de su recorrido, es quizá una de las actividades que todos quienes vivimos o visitamos Quito hemos realizado, más aún desde que fue convertida en un paseo exclusivamente peatonal que permite admirar los imponentes edificios que se levantan en sus costados.
Al ser una vía que recorre el Centro Histórico en sentido norte-sur, se puede apreciar fácilmente cómo une las milenarias colinas de San Juan y El Panecillo, sagradas para las culturas ancestrales que habitaron este territorio desde antes de las invasiones de los incas y españoles. Este trazado puede ser apreciado desde los puntos más altos de las elevaciones antes mencionadas, pero para llegar a ellos se requiere buen estado físico y de alguna manera toma algo más de tiempo en transporte público o particular.
Sin embargo, si seguimos caminando por la calle García Moreno hasta llegar al final por el sur, donde se cruza con la Ambato y comienza la escarpada escalinata para subir al Panecillo, se puede obtener una hermosa perspectiva general de la principal vía de la ciudad antigua. Parados junto la última de las sietes cruces, la vista cruza el Bulevar 24 de Mayo en primer plano, continuando hacia el Arco de la Reina, la gran cúpula roja de estilo art-nouveau que corona el edificio del nuevo Museo del Pasillo, la torre de la Catedral, el Palacio de Carondelet, y las cúpulas de la iglesia de Santa Bárbara, esta última ubicada totalmente al otro extremo.
4. Tomarte una selfie con la escultura de la Plaza Huerto San Agustín
Créditos: Diario El Comercio. |
La plaza ubicada tras el convento de San Agustín, que durante siglos fue huerto de la Orden, hoy se presenta en el trazado urbano como el espacio público más reciente del Centro Histórico, cargado de significados y guiños a las leyendas del predio, cuenta con una de las pocas esculturas a nivel del suelo que se pueden encontrar en la ciudad.
La efigie de bronce representa a un sacerdote agustino caminando por la plaza; su tamaño natural ha confundido a más de uno, que hasta notar que no se mueve piensan que se trata de una persona real. Estos factores, sumados al alto tráfico peatonal de la calle Mejía que se detiene a descansar en la plaza, le han convertido rápidamente en un favorito de las selfies, pues al tratarse de una obra artística tan accecible y pública, muy pocos se resisten a retratarse con él y subirlo a sus redes sociales.
Sus manos, bien pulidas de tantos apretones que le han dado, son una prueba irrefutable de que se ha convertido en un gran amigo de quienes se toman el tiempo de visitarle. No olvides aprovechar y tomarte un descanso en los cafés que se encuentran allí junto, o jugar un rato en las lagartijas de madera que recuerdan la historia "La lagartija que abrió la calle Mejía", contada por Luciano Andrade Marín en su libro "Historietas de Quito".
5. Bajar por las escalinatas del Itchimbía
Créditos: Google Street View. |
Desde tiempos de los primeros habitantes del territorio de la actual ciudad de Quito, las colinas fueron convertidas en importantes centros ceremoniales o de referencia religiosa, y así permanecerían también tras la conquista de los incas. El Itchimbía, en particular, era el lugar por el que salía el sol cada mañana, y algunos estudios arqueológicos de Jacinto Jijón y Caamaño revelaron que también fue un asentamiento poblacional.
Hoy esta imponente colina está poblada de viviendas y comercios bajo el nombre barrial de El Dorado, en donde además existen grandes complejos arquitectónicos como el Palacio de Cristal, la Facultad de Medicina de la Universidad Central, o el Hospital Eugenio Espejo y el centro de convenciones homónimo. Su pronunciada pendiente occidental ha obligado a que se construyan calles empinadas y juegos de escaleras para facilitar el andar de los peatones hacia la zona de La Alameda.
Precisamente estas escaleras son las uno de los imperdibles desconocidos de Quito que hemos decidido incluir en esta lista; y es que a través de ellas podemos apreciar la geografía típica de la ciudad caracterizada por las cuestas, las ingeniosas soluciones arquitectónicas para construir hermosas casas en pendiente, y obviamente las escaleras que rememoran esa época de a pie, de pocos autos, de elegancia y transición histórica a una nueva zona de desarrollo. ¿Cuántas historias de amor no guardaran estas estructuras?
6. Conocer los castillos de La Mariscal
Créditos: archivo personal. |
Eran las primeras décadas del siglo XX y Quito se salía por primera vez de los límites del Centro Histórico, que había encerrado la ciudad por siglos. Al norte aparecía el barrio más elegante jamás imaginado por los locales, inspirado en los modelos urbanos de las grandes capitales europeas como Londres o París, en los que las grandes mansiones se rodeaban de jardines y estaban precedidas por grandes entradas que se abrían hacia calles anchas y arboladas, nacía La Mariscal.
La gente más pudiente de la ciudad construyó villas de fin de semana que a partir de 1930 comenzaron a constituirse en residencias permanentes. Grandes palacios y casas de lenguaje neoclásico fueron las favoritas por años, pero todo cambió radicalmente con la llegada del diplomático mexicano Rubén Vinci Kinard, que sin ser arquitecto pero sí un gran dibujante con conocimientos empíricos de construcción, comenzó a levantar bizarros castillos para cumplir los más locos sueños de la burguesía quiteña, que deseaba un trocito de la Europa medieval.
Así nacieron los hoy famosos Castillos de La Mariscal, entre los que destacan el Larrea en la avenida 12 de Octubre, el Faride en la 6 de Diciembre y el Silva del Pozo en la calle Roca. Precisamente este último forma parte de lo que a nosotros nos gusta llamar El Paseo de Vinci, pues se trata de una cuadra (Roca, entre Reina Victoria y Juan León Mera) en la que el arquitecto mexicano levantó ocho castillos de diferentes estilos, desde el neogótico al neobizantino y otros en los que se mezclan con lenguajes modernos.
De los ocho que existían originalmente en esta cuadra, hoy solo sobreviven cinco, pues los otros tres fueron derrocados en la década de 1980 para construir edificios de oficinas y apartamentos. Sin embargo, aún podemos disfrutar de los otros siete que Vinci levantó y aún se encuentran en pie. ¿Los conocías o te habías detenido a admirarlos?
¡Espera la segunda parte, muy pronto!
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