La lagartija que abrió la calle Mejía

Juegos para niños con forma de lagartijas, en la Plaza Huerto San Agustín. Basadas en la historia.
Imagen: El Comercio.

Con un paso cerrado durante siglos debido a la presencia de la huerta de los Agustinos, la cuadra de la calle Mejía, entre Guayaquil y Flores, no existió sino hasta finales del siglo 19, cuando resulta que el Dr. Francisco Andrade Marín, que en aquel tiempo ejercía su primera de cuatro administraciones como Presidente del Cabildo (1878), comunicó a la comunidad Agustina la decisión municipal de abrir el tramo de 100 metros de la calle, que conectaría esta arteria con el sector de La Marín.

El padre José Concetti, provincial de los Agustinos, contestó que su comunidad religiosa se negaba a permitir que el terreno de su huerta sea dividido para abrir la calle. El Dr. Andrade Marín pidió entonces hablar personalmente con fray José, explicándole que además de los beneficios para la ciudad, en esa huerta existía un montículo cubierto de malezas donde había ratas y lagartijas, y que esos animales podían invadir las celdas de los monjes. Pero el pedido fue nuevamente negado.

Pasadas varias semanas, el mismísimo padre Concetti mandó llamar al Dr. Andrade Mar para comunicarle que podía abrir la calle. Sorprendido, el Presidente del Cabildo quiteño le preguntó la razón de tan sorpresivo cambio de opinión, a lo que Concetti respondió que la noche anterior había encontrado en su cama una horrible lagartija, y que no sabía si el Dr. Andrade o la ciudad eran brujos o profetas, pero no quería saber nada más de lagartijas.

Así, lo que no logró la política ni la necesidad de la ciudad, lo logró una sencilla lagartija a la que hoy acertadamente se le rinde homenaje en la Plaza Huerto de San Agustín, con un par de juegos de equilibrio de madera para niños.

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