Puembo y Pifo, las parroquias que nacieron de una hacienda nobiliaria
En 1535 Francisco Pizarro otorga al capitán Francisco Ruiz, uno de los fundadores de Quito, una encomienda que abarcaba los sectores de Puembo y Pifo, en donde vivían indígenas de diferentes etnias que estarían a su cargo para la cristianización. Para 1545, cuando se erigió la Diócesis católica de Quito, Puembo ya era una parroquia eclesiástica a la que también pertenecía Pifo.
A finales del siglo XVI e inicios del XVII, las tierras a las afueras de estos dos pueblos indígenas fueron vendidas u otorgadas por concesión a diferentes personas avencindadas en la ciudad de Quito. El 17 de julio de 1688 fue adquirida en remate una de las haciendas más grandes de la zona, que llevaba justamente el nombre de Puembo y había pertenecido al difunto capitán Juan Pérez Infante,. El nuevo propietario era el primer conde de Selva Florida, Manuel Ponce de León y Castillejo, que pagó la suma de 34 mil pesos.
En 1706 pasó a manos del segundo conde, Diego Ponce de León Castillejo, y en 1729 la heredó su hermano Juan Ponce de León Castillejo, que se convertiría también en el tercer conde de Selva Florida. A la muerte del anterior, la propiedad pasaría a manos de su hija Micaela Ponce de León Castillejo, cuarta condesa de Selva Florida, y madre de los Guerrero-Ponce de León, que terminarían perdiendo el título nobiliario por no pagar las lanzas y anatas correspondientes que debían por años a la Corona española.
En 1706 pasó a manos del segundo conde, Diego Ponce de León Castillejo, y en 1729 la heredó su hermano Juan Ponce de León Castillejo, que se convertiría también en el tercer conde de Selva Florida. A la muerte del anterior, la propiedad pasaría a manos de su hija Micaela Ponce de León Castillejo, cuarta condesa de Selva Florida, y madre de los Guerrero-Ponce de León, que terminarían perdiendo el título nobiliario por no pagar las lanzas y anatas correspondientes que debían por años a la Corona española.
Para 1747 la extensa propiedad, en la que además de las labores agropecuarias tradicionales existía un obraje que producía telas y bayetas, pertenecía a Manuel Guerrero y Ponce de León, hijo de la última condesa de Selva Florida, que aportó con esta y otras haciendas (Palugo, Itulcachi, Chambo y Pungalá) al contrato de su matrimonio con Mariana Sánchez de Orellana y Rada, que en 1791 se convertiría en la quinta marquesa de Solanda tras las sucesivas muertes de sus hermanos varones.
El matrimonio Guerrero-Sánchez de Orellana no tuvo descendencia, por lo que el Marquesado de Solanda fue heredado de acuerdo a las leyes de sucesión por su pariente más próximo (Felipe Carcelén de Guevara y Sánchez de Orellana) y, debido a que el antiguo condado de Selva Florida ya no contaba con un mayorazgo que vinculara las propiedades familiares, es probable que las haciendas hayan sido vendidas posteriormente a la muerte de ambos.
Tras el deceso de Mariana Sánchez de Orellana y Rada, acaecido el 30 de enero de 1803, quizá la hacienda fue adquirida por su pariente Jacinto Sánchez de Orellana y Chiriboga-Daza, quien había heredado el marquesado de Villa de Orellana. Se conoce que este Marqués pasó en la propiedad sus últimos años aquejado de la enfermedad conocida como gota; aunque finalmente fallecería el 21 de junio de 1815 en su mansión del Centro Histórico, para después ser enterrado en las bóvedas del convento de La Merced.
La hacienda pasó entonces a manos del tercer marqués de Villa de Orellana, José Sánchez de Orellana y Cabezas-Burbano, que estaba casado con Mercedes Carrión. Posteriormente la hacienda fue heredada por la tercera y última hija del Marqués, llamada María del Carmen Sánchez de Orellana y Carrión, que en 1837 contrajo nupcias con Agustín Bustamante del Mazo, que por su lado era descendiente materno-materno de una tía de la heroína libertaria Manuela Sáenz de Vergara y Aizpuru.
A finales del siglo XIX la hacienda sufrió su primera separación, pues fue repartida entre los cuatro hijos Bustamante-Sánchez de Orellana: Mariano, Rafael, Agustín y Juan Pablo, tomando la más grande el nombre de Palugo. Finalmente, y como sucedió con los grandes latifundios serranos a lo largo del siglo XX, lo que quedaba de la propiedad repartida se fue desmembrando primero en quintas de veraneo (de las cuáles aún subsisten muchas) y después en parcelas más pequeñas que se fueron lotizando y formando modernas urbanizaciones y caseríos.
Referencias
- Porras, María Elena (1987). "La élite quiteña en el Cabildo (1763-1815)", página 50. Quito: Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.
- Paredes Ortega, Eduardo (2010). "Títulos nobiliarios en Cotopaxi". Latacunga: Archivo Paredes Bautista.
- Moscoso Cordero, Lucía (2008). "El valle de Tumbaco: acercamiento a su historia, memorias y cultura", páginas 28, 41. Quito: FONSAL. ISBN 978-9978-92-526-3.
- Pardo de Guevara y Valdés, Eduardo (2002). "Actas de la XI Reunión Americana de Genealogía", página 267. Santiago de Compostela: Consejo Superior de Investigaciones Científicas - Xunta de Galicia. ISBN 84-00-08336-9.
- Alvarado Dávila, Mauricio. "Genealogía de Jacinto Sánchez de Orellana, segundo marqués de Villaorellana". Quito: Los Orígenes de los Ecuatorianos - Geneanet.
- Ponce, Alfredo (2016). Comentario personal en Los Ladrillos de Quito.
Comentarios
Publicar un comentario